Lo que me gusta: la impertinencia, Chopin cuando
duda para todo profundo, los árboles, las asperezas, la uva, el racimo
polvoriento, las arañas, el queso, el asado, los pies descalzos, mirar en vez
de leer, leer es sólo para entretenerse antes de saber ver, pacer pensando,
pensar con madera, el diamante vegetal, mi barba, el fuego desbaratado en
llamas, las luciérnagas, defender a los insectos tullidos, mirar a esos
insectos eternos en sus segundos, las berenjenas, los ojos de los animales, mi autonomía que es sólo cómo vivo mi inteligencia, la luz del frío, los cactus, las crasas, las
casas pequeñas, las herramientas japonesas, la guitarra, los alfileteros, la
tortilla, las cortezas, conducir, la bicicleta, las locomotoras, el acero, un
piso de tierra barrido, el agua, llorar inútilmente, Ravaissón, Berson,
Marcial, Swift, servirme, cinchar, estar sucio, los animales y las plantas sin quienes
viviríamos en un páramo. Los insectos, el tero, los ladrillos,
los cuerpos, la sangre, la música confundida con un discurso para creer que
podemos dialogar con ella, Korngold, Bach, Bill Evans, ¿Quién era realmente Shubert?
Los bulbos y las válvulas, los amplificadores, los tapes y los vinilos. La
miseria del vino, los tensos adoquines, el cobre, demorarme, el universo del cual
no saldré jamás, los que insectifican al hombre con ideologías, Parménides, los sofistas, lo que no entiendo, la ciencia ficción que es el gran género, los
géneros, las ranas, ser invisible para las palabras, la intemperie, el mate,
las púas, la natación, el helado, los senderos, la deriva, un abrazo, los
perros, los loros, especialmente los perros, que nos hicieron humanos, Spinoza
que duda para convencernos, el amor sin semánticas, las moscas enloquecidas de
ojos, lo que no me representa pues se deja ver, las narices atravesadas por
huesos, la honestidad de los caníbales, la ceremonia del
potlatch, las hojas, las polillas, mirar. La parra, el techo de la uva. Sumeria que lo tuvo todo menos a mí. Los
pulpos, vivos.
Lo que detesto: Al que come pulpo. La gente asustadiza, lo
hervido, los hervidos, los traficantes de elocuencia, los que
leen sin mirar lo que leen, el mármol, los pusilánimes que se arrojan a
la
bondad para no ser, los que aún leyendo no pueden ver, los que se
ofenden para
desentenderse de su responsabilidad, el verano, la violencia del orden,
los
gases militarizados, la sociedad abalorio, los que creen que en el
pasado y el
futuro reside el bienestar, la tiranía de lo simple, lo simple sin
tiranía, la
entronación de lo mucho, lo que parece mucho, la humildad que es una
tiranía que
se hace servir, los tiranos, que tienen las orejas en los pies y todos
se
arrodillan para ser escuchados, dios que tiene las orejas en los pies y
le
gusta el susurro de nuestras rodillas, lo gratuito que parece caro,
pagar por
vivir, suponer que lo invisible es inmaterial, lo que enrarece de
nombre, no
tener todas las contusiones necesarias para maltratar la suerte de los
represores, que gran parte de esa suerte la aportan los maltratados; los
que
riñen con lo que no está escrito, el arte como avatar, el avatar tomado
como
arte, el sueldo como nitidez de la utilidad del hombre, el trabajo que
consume
al hombre, el hombre que no consume su tiempo. Los que se conforman con libertad sin autonomía. Los que discrepan con los
textos subjetivos creyéndolos textos de opinión. Los seres cósmicos de
distante
amor. Los clientes de la consciencia expandida. A nosotros que sumimos
el instinto a la genitalidad. Los que riñen con los vivos pero no con
los muertos. La soja, que se come de una sola vez la tierra que nos
alimentaría para siempre. Los vecinos que miran el piso
buscándome… Yo me detesto cuando creo en las inferencias del pasado, aún
no me
detesto lo suficiente pero me alcanza para estar solo en lo roto.
Daniel Battilana
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