sábado, 9 de febrero de 2013

Me gusta y detesto




Lo que me gusta: la impertinencia, Chopin cuando duda para todo profundo, los árboles, las asperezas, la uva, el racimo polvoriento, las arañas, el queso, el asado, los pies descalzos, mirar en vez de leer, leer es sólo para entretenerse antes de saber ver, pacer pensando, pensar con madera, el diamante vegetal, mi barba, el fuego desbaratado en llamas, las luciérnagas, defender a los insectos tullidos, mirar a esos insectos eternos en sus segundos, las berenjenas, los ojos de los animales, mi autonomía que es sólo cómo vivo mi inteligencia, la luz del frío, los cactus, las crasas, las casas pequeñas, las herramientas japonesas, la guitarra, los alfileteros, la tortilla, las cortezas, conducir, la bicicleta, las locomotoras, el acero, un piso de tierra barrido, el agua, llorar inútilmente, Ravaissón, Berson, Marcial, Swift, servirme, cinchar, estar sucio, los animales y las plantas sin quienes viviríamos en un páramo. Los insectos, el tero, los ladrillos, los cuerpos, la sangre, la música confundida con un discurso para creer que podemos dialogar con ella, Korngold, Bach, Bill Evans, ¿Quién era realmente Shubert? Los bulbos y las válvulas, los amplificadores, los tapes y los vinilos. La miseria del vino, los tensos adoquines, el cobre, demorarme, el universo del cual no saldré jamás, los que insectifican al hombre con ideologías, Parménides, los sofistas, lo que no entiendo, la ciencia ficción que es el gran género, los géneros, las ranas, ser invisible para las palabras, la intemperie, el mate, las púas, la natación, el helado, los senderos, la deriva, un abrazo, los perros, los loros, especialmente los perros, que nos hicieron humanos, Spinoza que duda para convencernos, el amor sin semánticas, las moscas enloquecidas de ojos, lo que no me representa pues se deja ver, las narices atravesadas por huesos, la honestidad de los caníbales, la ceremonia del potlatch, las hojas, las polillas, mirar. La parra, el techo de la uva. Sumeria que lo tuvo todo menos a mí. Los pulpos, vivos.


Lo que detesto: Al que come pulpo. La gente asustadiza, lo hervido, los hervidos, los traficantes de elocuencia, los que leen sin mirar lo que leen, el mármol, los pusilánimes que se arrojan a la bondad para no ser, los que aún leyendo no pueden ver, los que se ofenden para desentenderse de su responsabilidad, el verano, la violencia del orden, los gases militarizados, la sociedad abalorio, los que creen que en el pasado y el futuro reside el bienestar, la tiranía de lo simple, lo simple sin tiranía, la entronación de lo mucho, lo que parece mucho, la humildad que es una tiranía que se hace servir, los tiranos, que tienen las orejas en los pies y todos se arrodillan para ser escuchados, dios que tiene las orejas en los pies y le gusta el susurro de nuestras rodillas, lo gratuito que parece caro, pagar por vivir, suponer que lo invisible es inmaterial, lo que enrarece de nombre, no tener todas las contusiones necesarias para maltratar la suerte de los represores, que gran parte de esa suerte la aportan los maltratados; los que riñen con lo que no está escrito, el arte como avatar, el avatar tomado como arte, el sueldo como nitidez de la utilidad del hombre, el trabajo que consume al hombre, el hombre que no consume su tiempo. Los que se conforman con libertad sin autonomía. Los que discrepan con los textos subjetivos creyéndolos textos de opinión. Los seres cósmicos de distante amor. Los clientes de la consciencia expandida. A nosotros que sumimos el instinto a la genitalidad. Los que riñen con los vivos pero no con los muertos. La soja, que se come de una sola vez la tierra que nos alimentaría para siempre. Los vecinos que miran el piso buscándome… Yo me detesto cuando creo en las inferencias del pasado, aún no me detesto lo suficiente pero me alcanza para estar solo en lo roto.


Daniel Battilana

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