sábado, 24 de junio de 2017

Los desaparecidos del relato


Los desaparecidos del relato: cuando los proyectos son sólo proposiciones psicológicas


Los neo-socialismos privados adoptaron para sí una modalidad, copiada de tantas modalidades de sus líderes: no nombrar a sus adversarios o a cualquier persona que consideren contraria a sus procederes, políticas, intereses y estrategias de colecta ideológica. La Argentina quizá no reparó en esta repetición de la tragedia de quitar la identidad al otro, a lo que amenaza a lo regímenes de la política mística. Este no nombrar es también una negación del otro pero es una quita de entidad que empieza con no decir su nombre. Esta privación de la identidad se legitima de arriba hacia abajo, de tal modo que actualmente es una práctica de abuso entre la comunidad del relato. “Si no te nombro no existís” “No te nombro para que seas nada entre nosotros que sí somos” “si te nombro te doy identidad” “La identidad que te quito – silencio- se apropia de cada atributo que alguien entre nosotros pueda tomar como ejemplo” La pandilla no nombra, por temor. Aquí nos tropezamos con una tragedia ideológica cuya clave es la conquista de demandas privadas como si fuesen requisitos públicos y universales para vivir, a esto se sumamos la extinción del nombre identitario como uso del olvido que la masa debe aprender para beneficiar a sus líderes. La masa cree que alguien le puede dar o quitar la identidad nombrando, creer es considerar pero creer no es pensar. Este arrogarse el poder nombrar o desnombrar es una superstición de poder. Esta receta está encubierta por el rito de la ironía y la burla, decimos rito, pues se desarrolla en un espacio controlado, un espacio mental donde el que niega la identidad del otro se erige como poseedor del “sello” de la marca que autoriza a sus seguidores a ver y escuchar lo que ese ser individual tenga en su “sí mismo”.
¿Esto de no nombrar es una estrategia tomada de la izquierda freudiana?
Suelo plantearme la idea de que los absolutismos contagian una bipolaridad anímica que consiste en dos extremos: negación y desesperación. De un punto al otro, y sin estaciones, se puede identificar todo el producto de esta maqueta social, es decir, o niegan como se niega al otro sin nombrarlo o se desesperan mutuamente implantándose profecías de desastre que sólo ellos ven o se comunican entre el grupo como un código silencioso que prescribe nulidad a cada enemigo que conocen y apenas dedican un fragmento o una mueca.
Para tal caso la “brecha” no existe como tal, pues la brecha se identifica con una posición media entre dos hemiciclos más o menos equivalentes. Esa brecha sería el fulcro, el pivote de oscilación entre la psicosis de la negación (de nombrar al enemigo, etc) o de la desesperación. La negación es casi un estado perfecto de calma placentera y su contrapuesto, la desesperación, es un llamado de alerta masivo ante un desastre en el que en general se usa al sujeto “patria” como víctima. ¿Al no nombrar al otro, dónde queda la promesa psicológica de la inclusión? ¿Qué nuevo silenciar del otro traerá la izquierda lacaniana, para mejorar lo anterior? Desplantar a Freud y plantar a un Lacan que re signifique a una izquierda caviar ofrecerá nuevos encapsulamientos liminares para "el sujeto de acá" ese programable sujeto social suspendido en las crispaciones infinitas del vibrante necesitar. (frag).




Daniel Battilana.

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