lunes, 18 de marzo de 2013

Lo eterno despoblado o sobre el hierro de la fe



    Lo que llevaba Mercurio en los talones

      se lo quitaron para ponérselo en las espaldas

y no pudieron volar"


  LO ETERNO DESPOBLADO


Hierro y fe comparten el símbolo de la química; producen en quien blande uno u otro sin temor al yerro una perfección insondable de deberes y de sentimientos placebos con la forma de un pasado desbordado de visiones y la esperanza puesta en el delirio de cultivar gloria sembrando vanidad. Ser elegido es ser creído.
Tampoco es seria una secta colectiva que se basa en otro culto, aplasta las facetas enriquecidas del paganismo original, al cual acusa de excesivamente místico, para llamarse religión de religiones cuando más debiera aceptar el título de Papismo. Disfraza a sus magos con ropas para no parecerlo y se come a su primer mártir, cultiva sus propias uvas para el vino vergonzoso con que imita la sangre que derramó con ejércitos contratados y secó de los cuerpos en fogatas multitudinarias donde los ignorantes y hambrientos presenciaban los hechizos de la buena ventura bajo la forma tutelar de una madre que todo lo corrige por mantener activo el pacto de privilegios de un más allá regulado por sus apóstoles que fueron llegando uno a uno a la eternidad y no rehusaron plantar peaje con una especie de San can Pedro Cerbero (humano perro can) de llavero fácil. Este alguacil de las alturas inquiere acerca del uso doméstico que cada postulante hizo de la vida que le fue dada por el padre y administrada por una madre terrena que fió los trastos de la miseria divina a un grupo de astutos generales del tiempo, teístas del odio que gestan la historia conveniente del retraso, la hoguera y el castigo de un virus (hay señales celestiales que lo confirman) que sanará por ellos el pecado de la homocópula, la lesbocópula y otras impurezas retenidas en el cedazo de la discordia que quita el sueño al plus papismo internacional.
Una vez que al mono se le impuso el teísmo, un istmo separaría lo posible de lo sagrado. Una casta popular idolatra así lo invisible creyéndose distante del mono pagano, todo un ardid hacia la falacia de la revelación. Las épocas son insuficientes para palmar a esta corredora vestida con la sotana de la demencia griega, sotana secular en que late el pedófilo alucinado de salvación.
Los romanos temerosos de no tener la primicia de un dios, aparte de conocerlo, artilugio imposible de los benditos conformes, cavaron catacumbas con la esperanza de soterrar (plano más considerado sagrado por el panteón heredado) los altares subterráneos de algo que comenzaban a sospechar de demencial. Las religiones conquistadas descendieron cohabitantes en los altares familiares; ésta, la humilde fanática, la golfa poderosa, tomó por puerta el erario público y continuó haciéndolo en la breve eternidad de veinte siglos por los que dispensó hostias en las alcancías de que oficiaban los cuerpos de los fieles que ahorran de su cuerpo físico lo que derrocharán alados en un tal vez recóndito puesto o atalaya celeste. Las estrellas a modo de fíbula sostendrían el manto opaco de la noche sideral creando el escondrijo en la confusión conveniente que aislará a los salvos de los conversos, a la escasa carúncula de los descarnados, a los encarnados arrastrados al matadero (macelo en este caso) de la cobardía primaria que es matar lo eterno cuando se mata a un hombre. Imprimieron que no verían el juicio los que en Sodoma aplicaron el retroceso para fornicar con las manos (sodomitas distraídos dan por retirada estrecha carne), decían que los sodomitas, sodofilos, sodopatos, tienen por espalda el cerebro y por lengua el tracto terminal de quienes paladean sus sentimientos en la pequeña cloaca del prójimo. Tener por lengua los deseos es marginarse de halagos. La parte que en Gomorra más valía era el esfinx o constringere (constringere, vel vincere), el esfínter que oprime y libera sufre los apremios de un dios que guarda la calamitosa esperanza de ser muerto por quien responda a su pregunta. Oedipo (escribir Edipo es una ligereza) responde correcto ante la emoción que le da poder morir vejado por el grifo apretado, constreñido al deseo de perecer femenino que es descansar. Los sodomitas “mariposas voluptuosas de la pura noche” expresión que se le carga a Clearco y recreo en un formato menos lustroso; desconozco, casi con pasión, cuánto duraba la noche en Sodoma y Gomorra pero la presumo ardua y quejumbrosa.
Era raudo Mercurio que sólo corría (pudiendo volar) cuando aparecieron y lo desmembraron (desconocían cuán doloroso es tener alas en los talones), igual al indolente que busca goznes que lo disculpen de desalar a la mariposa. Hicieron suyo a este dios que inmovilizaron, se prendieron de sus alas sin saber que con ellas puestas también cargaban con sus atributos, y así son. El comercio de los hombres deslumbrados de culpa; la elocuencia que habla sin decir con la fuerza de poder justificarlo todo sin nombrarlo. Por la movilidad que tiene este metal (mercurio, por esto las alas que lo hacen escurrirse por el piso) quisieron los ladrones identificarse con él, este atributo les permitió entrar y salir de cualquier cosa sin que los atrapen. El golpe los disemina y la memoria de metal los reúne en las mismas intenciones, salvarse ya quedó atrás. Levitando y sermoneando sellaron en misterios las dudas que Bizancio discutía para parecer preocupado por la verdad. La historia es un conjunto de molestias que llaman interpretaciones. Ergotizamos la desventura de no poder amar.
Qué de las iglesias brotadas de un dios simoniaco que excluye de lo sagrado lo concreto; ya le rezan desde púlpitos satelitales con la inmediatez con que el electromagnetismo anatemizado llegó redentor a envolver el mundo. Unos déspotas, más escolásticos, han montado sus mostradores con la luna esmerilada que distingue a los bancos. Los templos que universalizan lo privado del dolor. Los hermanos de culto forman un círculo para exorcizar al que escamotea el diezmo liberador. Este confesionario de a pie que siembra terror donde hay necesidad y pondera lo invisible sin saber que la pituitaria ya censó sin resultados los planos de la existencia material. Son más peligrosos porque obran queriendo ganar el tiempo perdido, cosa que los diferencia de la madre de la que se desprenden. La deidad no vive del exvoto de sus partidarios. Los ulemas solaparon con microscópicas interpretaciones la conveniencia de adaptar los recursos de su escritura sagrada al beneficio de derrochar la vida de los otros, los mortales beneficiarios de cláusulas divinas que los asisten en caso de violenta necrolatría sacrificial. La razón es inmolada y no pretende (hace que pretende) la recubra el manto espolvoreado de harina ritual, el cuerpo en trizas. Este oriente desorienta.
Madre, gama heroica, nombrarte es germinar. Nada tiene un tálamo que pueda compararse a una hembra incapaz de asustar a sus hijos.
Parece que la fe y su creencia, parecido aspecto quejumbroso de la libertad que coarta la existencia del mundo, son ofendidas por cualquier exposición que intente defenderlas. Las sinarquías se sirven de algo semejante, lo innominado defiende la cuestión judía haciendo que todos los aspectos de su cultura se confundan con la conducta que ésta tiene para con sus hostiles, nada más fácil que invertir el rol de odio inherente a la supervivencia. Mi enemigo me odia; yo no, cuando lo masacro. Los sinarcas consolidan el poder de la ignorancia con la ideología del perseguido que no puede nombrar a su perseguidor. La creencia instala misiles, la fe escudos protectores. Cristianos, judíos y musulmanes son carne y sangre política de la misma tragedia que trivializa el culto de los profetas; el harén sin puertas que es el desierto, el pánico, lastre de la libertad, armaron una bola de miel con amenazas. El níspero dulcifica en la corrupción que la jalea incita. Las tres son derrotadas tan sólo por lo humano que no ha sido humillado por la grandeza del pecado que ajusta distancia entre ellas y lo degradado de sus preceptos, la política es su religión. Hicieron de la ética otro misterio divino, algo que sólo practica el Dios que lava sus delitos. Los pueblos en inferioridad de condiciones se constituyen en enemigo para sobrevivir... Unos mueren por sus creencias, los mejores dotados se entregan a su fe.
¿Quién muere entonces? El que habla.
Para mí, por decirlo, sea la eternidad despoblada.


Daniel Battilana

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