jueves, 20 de febrero de 2014

Las palabras sociales y la tiranía lingüística


 Las palabras sociales y la tiranía lingüística


Leo esta cita que es tomada como se toman muchas  citas, a la ligera. Los que escribimos citas, sentencias, aseveraciones, papelones, paroxismos consonánticos, jugamos con el resorte de la tergiversación.
La cita dice así: “La profanación de lo improfanable es la tarea política de la generación que viene.” Es de Giorgio Agamben, quien tiene sus ambiguados cultores, los cultores de los profetas europeos. La traducción lineal sería que la política que viene deberá profanar lo que la política que se va ha instituido como improfanable: sagrado, Estado, y todos los sistemas restrictivos del poder. De más está decir que una política que profane a otra lo hará con algo que supere a su antecesora, algo peor, una tautología que profana tautología. Pero este no es un peligro del tipo insustancial sino una profecía de clase, de aristocracia política, cuando esta tiene la asombrosa manera de iluminar sus mentiras.
En la Argentina las palabras tienen molde, molde éste reservado a la historia. Antes del molde, ocupan un recinto plácido de ideales. Ambos conceptos, profanación y profanable producen efetos sensibles, por ejemplo, de que existe la “cosa profanable” que de él emana es diferente, ¿sería esto nuestra capacidad para violar lo sagrado?, ¿lo sagrado del otro? Al ser profanadores, ¿violamos con nuestras sacralizaciones las ajenas? ¿Lo sagrado nos profana? ¿Con qué? ¿Con política? Aclaro, es nuestro oficio como argentinos, se viola “un valor”. El enamoramiento rapaz por los términos hace estragos en nuestra semántica popular. Yo llamaba a esto “el idioma de los arcretinos” una lengua que debe permanentemente explicarse a sí misma, siempre candente, urgida de justificación, una lengua imposible para la filosofía, un instrumento para la mentira.
Esta lengua tiene la capacidad incontestable (pocos se atreven a preguntarle algo) de sembrarle lengua a quien no la tiene, esto no es alfabetización es cretinización del diccionario.
Entonces la tarea política de la generación que viene ¿es profanar? Lo pregunto pues he visto esta frase seducir a poetas militantes. Yo fui soldado una vez y nunca pudieron hacer que mi poesía milite. Los más cutres me dirán que intentarán desalojar un valor con otro, y me estoy perdiendo de esta polisemia estudiantil.
Sí, ya sé, el contexto de Agamben es Europa y ¿qué pasa en Europa que no se llame euróxeno? La palabra profanar en manos del socialismo es idéntica que en cualquier otra mano. Tampoco voy a creer que al tomar la palabra nos igualemos en ella. ¿De qué valores nuevos me hablan estos poemas de vanguardia profana?
Importamos de todo, ideas que no tienen diseño posterior, hábitos que cuelgan, cuelgan de abalorios yermos que relucen en nuestra armadura de sonseras. A varios europeos y norteamericanos les compramos toda su producción de favores ISO9000 y de terminología ISO, creo que les compramos treinta años por adelantado, siempre les compramos lo que tiran. ¡Qué bien lucen sus cadenas etimológicas, qué bien nos hacen soñar!
Estos filósofos italianos son como leer una mala traducción de Heidegger: nadie sabe lo que está diciendo pero sí cuando lo dice mal. Hubo un par de diarios que desde su dossier a mansalva idolatraron esta proeza de suponer extranjera cualquier receta de salvación y de creer no menos nacional cualquier salvación etimológica.
¿Será que la profanación de la política tiene un carácter sagrado y repetitivo?
¡Querés más! No te alcanza la clandestinidad y la querés hacer privada.

Y cuando profanes lo improfanable con política quedará muy claro quién será el acreedor de esta suculenta valentía, pues no será eso que con orgullo antiguo llamabas pueblo y ahora te hacen llamar y no llamar, así los sociología inventada por los políticos y el periodismo usado para la divulgación de sensaciones hablarán por todos.
Habitar un lenguaje impuesto y restrictivo y pensar las formulaciones de la voluntad política de esos términos que la gente considera reivindicatorios, impecable patraña, temer el temor lingüístico de un habla hiper sensibilizada por el control que la política dejó de ejercer y ya lo ejerce el sujeto social que diseñaron a la medida de la sutil profanación ya anunciada.



Daniel Battilana

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